¡Pobres árbitros!

Por Antonio Casale

Ahora, que comparto micrófonos con uno de ellos, he conocido a un ser humano al que cada tanto le nombraban la madre en cantidades de a veinte mil personas simultáneamente, y no propiamente para recordarle que no la había llamado en todo el día.

Rafael Sanabria, como todos los árbitros, es una persona de carne y hueso, con sentimientos, familia, metas, ambiciones y sueños, que como casi todos los colombianos, tiene que trabajar duro para vivir medianamente bien. Es hincha, como todos los que llegamos a este deporte, de un equipo al que seguramente, muchas veces le tuvo que sancionar penaltis en contra, aunque su corazón se arrugara.

Eso sí, tiene rasgos característicos de árbitro, es terco como él solo. Después de emitir un concepto, es muy difícil que se retracte, aunque en el fondo sepa que está equivocado. También es muy calmado, nada lo inquieta, claro, después de tantos años de protestas en su contra justificadas y otras no tanto, los árbitros se vuelven fríos, como sin sentimientos. Sanabria disfruta el fútbol como el mejor de los aficionados, no se pierde partido, pero mientras todos estamos pendientes de las jugadas, él está mirando el trabajo de los jueces.

No sé que tornillo se le aflojará a un ser humano para querer ser árbitro de fútbol, lo que sí sé es que son personas, como usted o como yo, que tienen la muy difícil tarea de dictaminar las únicas verdades absolutas existentes en el balompié: sus decisiones, muchas veces desacertadas, pero hay que respetarlas y son palabra de Dios.

Hoy, después de una jornada en la que hay que destacar que los árbitros no se equivocaron tanto como para provocar escándalos, quiero resaltar la labor de estos hombres que no cuentan con ocho cámaras dispuestas a repetir las jugadas, ni con la visión exacta que otorga el estar en la tribuna, desde donde se ven mejor los partidos, pero que aun así, se la juegan toda para impartir justicia en el muchas veces, más injusto de los deportes. Propongo que a partir de hoy, hagamos el deber de ponernos en sus pantalones antes de madrearlos, porque esos pobres, en su mayoría, como Rafael Sanabria, son buenas personas, que ven el fútbol desde otro ángulo, donde nunca serán héroes y casi siempre villanos.