MANUEL CASTRO Y EL GOL FANTASMA

Santa Fe-Pereira era perfecto para llevar a los niños a un estadio de fútbol por primera vez. «Vamos a esto en vez de irse uno pa' Rodeolandia», dijeron algunos padres presentes en las graderías que, a mediados de 1989, decidieron mostrarle a sus hijos de qué se trataba el fútbol.

Era una tarde clara, el sol sacaba extraños destellos amarillos incandescentes, casi como si se tratara del mismísimo pelo del émulo del «Pibe» Valderrama, Dorian Zuluaga se hacía presente ese día en la nómina santafereña. Y cuando uno puede hacer esta comparación, significa que va a pasar algo grave.

Manuel Castro apenas había arbitrado un par de partidos en primera división y pitar en Bogotá era casi saltar a la fama. Todo transcurría con normalidad en un juego anodino porque Santa Fe andaba en plan de «brazos caídos» por una huelga ante la falta de pagos para la plantilla, y Pereira buscaba su paso al octogonal. Promediando el primer tiempo, Héctor «Rambo» Sosa entró al área pereirana y quiso gambetear al portero Reinel Ruiz. El balón quedó en las 5,50 y Héber González rechazó el peligro con la tranquilidad de quien juega en la oruga verde de Rodeolandia.

La pelota siguió su curso, todo estaba perfecto, pero Castro señaló el centro del campo. Para él, que se encontraba lejos de la jugada, había sido gol. Su juez de línea, Liborio Candanoza se equivocó y no supo qué decir. Mientras tanto los hombres inocentes y candorosos del Pereira se transformaron en el Galatasaray: los de la Perla del Otún, como si fueran hijos de Alí Agca, se fueron a romperle el papamóvil (y la crisma también) a Castro que, confundidísimo, desataba uno de los sucesos más ridículos del fútbol colombiano.

El «Rambo» Sosa, coprotagonista de la escena, salió con el caradurismo argentino exacerbado a celebrar el «gol» con Armando «Pollo» Díaz. También lo acompañaron en su festejo los «pollos» escupidos por miles de hinchas de su propio equipo, avergonzados por completo por su estupidez y falta de espíritu deportivo.

Muchos fanáticos se fueron de las graderías y otros le dieron la espalda al campo como señal de protesta. Como en esos tiempos el «juego limpio» no era tan corriente, el partido continuó como si no pasara nada. Santa Fe ganaba 1-0. Finalmente Pereira terminó empatando 1-1 con gol de Didí de Souza.

Como consecuencia de este suceso, Manuel Castro nunca olió más un camerino para árbitros y el Pereira perdió un punto valioso en pos de su lucha por entrar a «los ocho», cosa que no ocurrió finalmente.

Es que, claro, el torneo de 1989 fue un monumento a la absurdez: el goleador del campeonato fue un volante de marca, Héctor Méndez, y su equipo, Pereira, ni siquiera clasificó al octogonal.
Se jugó un bodrio monumental paralelo al rentado nacional llamado Copa Colombia que ganó Santa Fe, venciendo 3-0 en la final al Unión Magdalena. No hubo campeón de liga porque mataron al árbitro Álvaro Ortega...
Definitivamente los padres que llevaron ese día por primera vez a sus hijos al estadio fueron afortunados: le mostraron a su descendencia lo que es verdaderamente el fútbol.

Tomado de Fútbol Red.